TODO
IV
X/12/1977
—¡Hey, Quejicus!
Esa voz. No tengo el suficiente ánimo para soportar su actitud de león el día de hoy.
—¿Cuántas veces te lo tengo que repetir para que se te quede en esa vacía cabeza que tienes? –siseé molesto. Potter tenía de cerebro una cacerola, siempre se le olvida que ya no tiene que llamarme con ese ridículo apodo– Ya no me llames Quejicus, puedes llamarme por mi apellido, Potter.
—Oh claro, lo lamento. Es la costumbre –justificó el león con una pequeña mirada traviesa -o quizás más bien coqueta- y una risa–. Cambiando de tema, Snape. NECESITO tu ayuda.
Aquella frase se había vuelto recurrente desde que inició el año escolar -hace tres meses-, y al principio era gratificante escuchar a James Potter decirlas, al menos las primeras veinte veces.
Pero ya después de la número treinta comencé a evitarlo, después de todo era realmente irritante tratar con sus preguntas sobre Lily. ¿Qué le costaba ir donde ella y preguntarle sus estupideces? Los dos son de Gryffindor, no es como si tuviera que entrar a otra casa a escondidas.
Y mucho menos soy cupido.
—¿Y ahora con qué estupidez me vienes? —resoplé. Maldito sea Potter. Maldito sea Black. Que Pettigrew se vaya a la mierda -contra el licántropo no tengo problemas-. Y sobre todo que yo me vaya a la mierda. Todo esto lo estoy soportando porque Lily me incitó a que fuera sincero conmigo mismo y con ese idiota de melena ondulada—Si lo que quieres saber hoy es a qué es alérgica Lily, te lo dejare fácil. A nada, solo evitas los mangos. No soporta las cosas exageradamente dulces, lo que me lleva a preguntarme cómo es que te soporta a ti y tus cursile-.....
—¡NO, NO, NO! No... —su interrupción me dejó asombrado. Potter jamás interrumpe cuando le hablas sobre su enamorada pelirroja—. Yo quería saber sobre alguien que al parecer tu conoces. Un hombre un poco más mayor que nosotros.
"O eso creo" murmuró más para sí mismo que para dirigirse a mi persona.
—¿Disculpa? Yo no conozco a ningún hombre mayor. No me relaciono con personas mayores que mi edad además del director.
—¡Sí, si lo haces! Digo... —opuso elevando la voz con impaciencia y luego calmándose en un casi susurro. No me gusta para nada hacia dónde se dirige esta conversación, porque sé perfectamente de quién me está hablando. Lo vi espiandonos, y sé que él también lo notó—. Hace unos días en Hogsmade te reuniste con un hombre de unos veinticinco, veintiocho años. Era de cabello negro como el carbón, de piel pálida brillante y sus ojos... —un suspiro soñador casi imperceptible se le escapó de sus labios al pensar, probablemente, en los ojos azules de él. Mierda esto no me gusta, no me gusta ni un poco. Se perfectamente que Potter es un puto adolescente de dieciocho años igual que yo, por lo que anda con las hormonas a todo dar, pero él no sabe donde se esta metiendo. Ni mucho menos comprende con quién—. Sus ojos azules como el hielo y a la vez tan brillantes como una gota de roció. Él....
—¡Detente! Por favor, solo cállate —vociferé cortante. Esto tenía que ser una broma. Imposible, sería otra palabra perfecta. Potter no podía estar enamorado de él era inconcebible. No. ¡No! ¡Mierda, no! Pero mierda que lo estaba. Se notaba con solo escucharlo describirlo, o en el cómo cambia su mirada cuando claramente está pensando en él—. Potter, no sabes de lo que hablas. No sabes de quién estás hablando —abrió su boca para claramente protestar, pero no se lo permití—. Y sí, si sé de quién me hablas, el problema es que tu no. Así que déjame darte un consejo.
Ni siquiera sé en qué momento empuje a James contra una de las columnas de piedra del pasillo, pero ya lo tenía tomado con firmeza del cuello de su camisa y con mi otra mano tapando su boca mientras él protestaba para cuando me di cuenta de mis acciones. Por lo que, en esa misma posición, me acerqué a su oído, susurré, lo solté de mis agarres y salí caminando a zancadas del lugar con mi magia a poco más de empezar a reventar faroles, dejando solo al Gryffindor en un estado de shock. Pero no estaba enojado, ni nada por el estilo. Me estaba muriendo de miedo por dentro mientras que un gran sentimiento de preocupación crecía en mi interior.
Nada. NADA bueno, saldría de esto.
Y mis palabras se repetían en mi cabeza sin parar. Tenía miedo de tener razón.
"Ni se te ocurra acercarte a él, Potter. O se convertirá en tu perdición."
-°-
Las horas pasaron más rápido de lo esperado. Y Harry Potter no dejaba de hacer preguntas como: ¿Qué enseñas? ¿Qué edad tienes? ¿Te gusta tu trabajo?
Preguntas que eran respondidas de forma breve con cosas como: Po-Química. Treinta y dos años. Lo suficiente como para seguir haciéndolo. La verdad es que hacía tantas preguntas que llegué a un punto en que las respuestas salían espontáneamente.
Tras casi una hora y media de preguntas, la puerta de la habitación se abrió mostrando a una mujer de cuello largo y cabello corto -teñido de rubio cerca de ser Malfoy-, con una sonrisa demasiado fingida seguida de dos hombres -uno adulto y otro de la edad del pequeño Potter- bastantes grandes.
¡MERLIN! ¿Cómo es que seguían vivos?
Mi atención fue desviada de los grandes orbes andantes cuando la nariz y ojos vacíos de aquella mujer me fueron conocidos. No podía ser posible.
Petunia....
—Evans —dije en un siseo lento y -tal vez- burlón.
Sus ojos se abrieron como dos platos, palideció y su boca se torció en una mueca de espanto. Lo único que salió de sus labios fue un tartamudo:
—Se-severus....
—¡Que gusto volver a verte, Petunia! Que gusto... —solté aunque claramente no me alegraba ni un poco verla. Lo único que quería era ahorcarla.
Haz que sufra, Severus. Que sufra lo mismo o peor de lo que ella le ha hecho a Harry.
Hazlo por Lily.
Por James.
Por Lupin y Black.
Hazlo por él.
—¿Q-qué? ¿Qué haces tú aquí? —interrogó bastante molesta la mujer. Su esposo a su lado no parecía entender la situación ya que la miraba esperando respuestas, pero Petunia Evans estaba demasiado concentrada en cada uno de mis movimientos como para notarlo.
—Por qué extrañaba tu hilarante cara de caballo, Petunia. Por eso —Sonreí socarronamente ante mi burla improvisada. Pero tal parece que Evans se lo tomó muy enserio y dio un respingo molesto ante mi respuesta. No la culpo, mi yo de quince años si lo habría hecho, pero ya no tenía esa edad ni mucho menos el tiempo o ganas para hacer esas bromas. Así que antes de que ella pudiera responder agregué—. ¡Merlín! Evans no, no fue esa la razón. Eres la última persona a la que quiero ver ahora mismo, y estoy seguro de que entiendes perfectamente el porqué estoy aquí. El joven Harry Potter tiene once años.
Ante esas palabras, algo hizo click en la cabeza de mujer. Sus ojos se desorbitaron, parecía horrorizada y dio inconscientemente un paso hacia atrás. Entonces claramente sobrepasada y alterada ante la revelación, abrió y cerró la boca varias veces hasta que por fin habló.
—Tu —uno de sus largos y huesudos dedos apuntando al niño sobre la camilla. Quería arrancarlo—. Lo que sea que este hombre haya dicho. No le creas ¡Es un mentiroso! Está lo-
—Basta. Él no sabe nada —espetó con fuerza. La mujer se giró nuevamente hacia mí, observando con recelo. Mátala. Mátala. Mátala—. Lo iba hacer, pero antes decidí investigar un poco sobre cómo ha sido la estancia del chico contigo, tu esposo y tu gran hijo, Evans.
Vi como el rostro de la mujer se desfiguró en una mueca de espanto y odio cuando insinué una burla a la obesidad de su hijo.
—¡¿Cómo te atreves?! Mi lindo y dulce Dudley, está perfectamente bien.
—Sí, así es —siseé con una pequeña sonrisa asomando en las comisuras de mis labios—. Perfectamente bien, como cerdo para matadero.
Ahora no solo era el gesto de Petunia el que estaba enojado y horrorizado, sino que su esposo e hijo se unieron a ella. El hombre mayor reaccionó dando un paso hacia adelante, pero fue inmediatamente detenido por la mujer a su lado que se encontraba temblando de la furia mientras en sus ojos se reflejaba una mirada asesina. Claro, esto me importa muy poco. Aquel insulto no era en lo más mínimo comparativo con lo que ellos le habían hecho a Harry durante todos estos años. Así que, con absoluta malicia seguí con mis burlas para ver qué tan lejos podía llegar antes de que Evans comenzará hacer un escándalo.
—Me pregunto… ¿A cuánto venderán el kilo de su carne? —mencioné con un semblante pensativo y sumamente travieso.
El chico redondo hizo un grito ahogado mientras que detrás mío logré escuchar una risilla baja intentando ser contenida. Me volteé levemente para ver a quien había provocado el sonido y noté como Harry tenía abrazada una almohada de la camilla a su pecho, ocultando su rostro de está intentando que las risitas que soltana no se escucharan.
Sonreí ante la imagen tan dulce y hermosa del niño siendo un infante travieso, sin ningún tipo de miedo.
—¡CALLATE! ¿QUIÉN TE CREES PARA BURLARTE DE MI DUDLEY? —explotó Petunia en un grito tan agudo y horrible que provocó que cerrara los ojos con fuerza debido a la sorpresa.
—Que desagradable… —susurré.
El pequeño niño en la camilla al escuchar el alarido que lanzó su tía se escondió con sus brazos y piernas en una pequeña bolita. Ante la imagen frente a mis ojos, mi sangre comenzó a hervir lentamente.
Esa actitud ante sus “familiares”, si es que siquiera se merecían ser relacionados así con él, no era en lo más mínimo normal.
Esto confirma mis sospechas.
Conjurando un hechizo no verbal levante mi varita y apunté hacía los hombres redondos detrás de la alta mujer y selle sus labios para que no pudieran hablar, ya que estos se encontraban gritando a Harry y a mi. Así que los callé para que dejaran de poner más nervioso el joven mago, que ya se encontraba lo suficientemente asustado, temblando desde su camilla.
La única con la que necesitaba hablar era con Petunia.
—¿Qué fue…? —articuló ella pasmada viendo como su esposo e hijo intentaban separar sus labios con sus gordos dedos.
—Detenganse, a no ser que deseen hacerse daño a sí mismos —mi voz salió un poco más furiosa de lo que pretendía a pesar de que no la eleve en ningún momento.
— Quitales el hechizo, Snape —habló, con la voz algo temblorosa y sus ojos puestos en mi varita, que estaba siendo girada entre mis dedos con destreza y soltura. Como si aquello en mi mano no fuera capaz de asesinarlos en un parpadeo, o hacer que sus propios órganos explotaran. Como si solo fuera un simple juguete con el cual juguetear entre los dedos.
Con una sonrisa llena de suficiencia, me acerqué a la mujer frente a mi hasta quedar a solo tres pasos de distancia. La miré de los pies a la cabeza disfrutando el como su cuerpo temblaba de terror ante mi repentina cercanía.
—Petunia —le llamé con algo de hostilidad y burla en mi voz, a lo que ella reaccionó quitando sus ojos asustados de mi varita y mirándome directamente a los míos—, tu y yo tenemos muchísimo de que hablar, querida muggle.
—No hay nada en este mundo que debamos compartir, Severus —contestó con su voz temblorosa.
—El niño en esa camilla no parece decirme lo mismo —estaba perdiendo la paciencia, no quería provocar una escena. Pero estos muggles harían que eso sucediera si seguía así.
—N-no puedes hacernos nada, Severus —tartamudeó aterrorizada la mujer cuando de un solo movimiento de mi mano usando magia no verbal y sin varita, azoté la puerta de la habitación del hospital.
No los mataría, al menos…
No por ahora.
Comentarios
Publicar un comentario