Apolo y Jacinto || Relato

Apolo y Jacinto

Una historia de luto


Jacinto, hijo del rey Amiclas, fue un joven espartano caracterizado por su extraordinaria belleza física. Esta fue la causa de que el dios Apolo quedase prendado de él y abandonase su hogar en Delfos para trasladarse a las tierras de Esparta junto a aquel joven.

Durante un tiempo Apolo dejó a un lado sus responsabilidades para disfrutar de la compañía de su joven amado. El Dios de la luz solar y la música se dedicó no solo a demostrarle al espartano cuánto realmente le amaba, sino que también le enseñó a este ha convertirse en un hombre. Pero los celos del dios Céfiro, que se sentía furioso porque Jacinto no había correspondido a su amor, le llevaron a idear un modo de vengarse de él.

       

Una tarde Apolo propuso a Jacinto realizar una competición de lanzamiento de disco. Apolo fue el primero en tirar, realizando un lanzamiento de perfecta ejecución y tan potente que llegó a rasgar una nube del cielo.

Jacinto dentro de su inmadurez, ansioso por participar, corrió tras el disco para recogerlo antes de que  tocase el suelo. Pero Céfiro desvió su trayectoria haciendo que le golpease en el rostro, causándole una herida mortal.

Al ver lo ocurrido Apolo palideció y corrió en ayuda del joven. Trató de reanimarlo y se sirvió de hierbas curativas para intentar detener la hemorragia, pero todo fue en vano.


Cuando la cabeza de Jacinto cayó inerte en los brazos de Apolo, reposada sobre su hombro, este fue incapaz de retener las lágrimas. Y con profundo dolor se despidió, dedicando unas últimas palabras a su amado:

“Te escapas, Jacinto, despojado de tu primera juventud”, dijo Apolo, “y estoy viendo tu herida que es mi acusación. Tu eres mi dolor y mi crimen; mi diestra debe llevar inscrita tu muerte. Yo soy el responsable de tu destrucción. Y sin embargo, ¿cuál es mi culpa, a menos que jugar pueda llamarse una culpa, a menos que amar también pueda llamarse una culpa? ¡Y ojalá se me permitiera entregar mi vida, como tu lo mereces, o a la vez que tu! Ahora bien, como la ley del destino me lo prohíbe, siempre estarás conmigo y permanecerás grabado en el perenne recuerdo de mis labios. A ti proclamara la lira pulsada por mis manos, a ti mis canciones, y, nueva flor, en tu escritura imitarás mis quejidos. Y llegará un tiempo en el que el más valiente de los héroes se adscribirá a esta flor y será leído en los mismos pétalos.” A pesar de su breve vida, Jacinto se había convertido en su amante más querido.


Apolo no permitió que Hades se hiciera con el cuerpo de su amante y como muestra del aprecio que sentía hacia el joven, Apolo lo convirtió en una flor de tono púrpura que florece con la llegada de cada primavera. De este modo, el jacinto pasó a convertirse en una señal de luto y en el símbolo de lo efímero de la belleza mortal.

    

El cuerpo de Jacinto fue enterrado en Amiclas, bajo la estatua del dios Apolo. Cada año los espartanos le rendían culto en un festival conocido como las Jacintias, en el que no solo se rememoraba la muerte de este hermoso joven sino también su divinización.




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