TODO

 I

"Asqueroso"

"Fenómeno"

"Enano"

"Idiota"

"HUERFANO"


Me desperté bastante agitado, asustado, pero no grite; no ahogue un chillido, no respire siquiera demasiado fuerte. Hace ya algunos años había aprendido que lo mejor cada vez que venían a mí las pesadillas era quedarse en silencio absoluto y no interrumpir el sueño de Vernon Dursley. Porque, lo que podía empezar como una molestia emocional, muy probablemente terminaría con alguna que otra física. Sobre todo en el área de mi abdomen.

Abracé la almohada con mis piernas y brazos, apretujándola lo más posible contra mi delgado cuerpo, buscando consuelo. Un consuelo al cual no me era permitido acceder.

"¿Por qué?", pensé mirando a la nada misma bajo el armario de la escalera. Mi habitación. "¿Por qué tengo que pasar por esto? ¿¡Por qué yo soy quien debe sufrir cuando los malos son ellos, y yo el sirviente abusado!? ¿¡Qué tipo de personas eran mis padres como para que su karma cayera sobre mis hombros!? ¡YO NO HE HECHO NADA MALO!", sin poder contenerlas más, los lagrimones comenzarán a bajar por mis mejillas mientras me esforzaba por no hacer ruido, algún gimoteo. Mordiendo la almohada, volviendo a recostarme para intentar descansar, manteniendo así completo silencio a pesar de mi llanto intenso.


-°-


A la mañana siguiente era el cumpleaños de mi primo Dudley, y desperté treinta minutos antes que mis familiares para así hacerles el desayuno. Todo debía salir perfecto hoy, porque si no quien terminaría pagando las consecuencias sería yo. No podía arriesgarme a que eso sucediera, si podía evitarlo lo haría. Por esa misma razón, esta mañana me encontraba con un rostro de clara dicha por el cumpleaños de mi primo. Lo haría, sobreviviría un día más sin problemas; solo debía manipular las situaciones a mi favor.

Todo saldría bien.

—Mmh, pero miren quién ha decidido levantarse temprano y tener el desayuno listo —aludió el tío Vernon mientras miraba con recelo el tocino y huevos servidos en su silla para sentarse finalmente ante su clara tentación por comer.

—Buenos días, tío Vernon —saludé sirviendo una taza de té con limón para él—. Hoy desperté más temprano de lo normal por el cumpleaños de mi primo Dudley.

—Pues me alegro de que tengas muy claras las prioridades de esta casa, Potter —alegó tía Petunia con su típica voz aguda y hostil de siempre, terminando de acomodar su ridícula y brillante cabellera rubia. ¿Quién fue la persona sin gusto, que le hizo creer que ese corte de cabello y peinado le favorecería?—. Porque esas prioridades son las principales tuyas, fenómeno.

Al escuchar el apodo no pude evitar pensar en la pesadilla de anoche. Realmente los sobrenombres no me afectaban mucho cuando los oía durante el día, pero no era capaz fingir en las noches en la soledad del armario, junto al polvo, las escobas y las arañas, que aquellas palabras no me dañaban. Todo venía contra mí cada madrugada fría, como un cubo de hielos lanzado sobre mi mente y corazón; provocando que las lágrimas intensas y silenciosas, tomaran lugar hasta caer nuevamente ante un profundo sueño imperturbable de dolor, de odio.

De vacío.

—Sí, tía —afirmé intentando que el temblor de mi voz no se notara.

Unos pasos bastante pesados se escucharon correr en el piso de arriba, bajar las escaleras y luego volverlas a subir, comenzando a saltar mientras gritaba: "¡Despierta, despierta fenómeno! ¡Hoy iremos al zoológico!".

Idiota.

—Cariño, mi Dudley —llamo mi tía a su "pequeño" a la cocina—. ¡Feliz cumpleaños, querido!

Dudley se acercó al gran montón de regalos que se encontraban frente a la mesa de la cocina. Había de todo; cajas gigantes y diminutas, regalos empapelados que dejaban claro a los ojos lo que eran, como una bicicleta. A veces me preguntaba por qué se permitían darle a Dudley tanto cuando, al final, no importaba el porqué, todos aquellos regalos quedarían olvidados en la segunda habitación de mi primo.

—¿Cuántos son? —preguntó con recelo Dudley dirigiéndose a tío Vernon. Ay no.

—Treinta y seis —pronunció con una sonrisa de oreja a oreja el robusto de mi tío—. Yo mismo los conté.

—¿¡Treinta y seis!? ¡El año pasado recibí treinta y siete! ¡NO ES JUSTO! —reclamó Dudley muy molesto. Su cara se puso casi completamente roja, su respiración se volvió irregular y sus ojos los tenía muy abiertos.

Ante aquella imagen, Petunia se acercó a Dudley e intento calmarlo prometiéndole que cuando volvieran del zoológico le comprarían dos regalos más. Dudley se calmó y tanto la tía Petunia como el tío Vernon soltaron el aire que retuvieron mientras el "pequeño" hacía su berrinche; no pude evitar rodar los ojos ante la escena, pero luego mire rápidamente a los Dursley's para asegurarme de que ninguno se hubiera cerciorado de mi gesto. Debía controlarme o todo me vendría en contra en forma de golpes e insultos.


-°-


No entendía que había pasado, todo sucedió tan rápido y brusco. Ni siquiera tuve tiempo de dar explicaciones cuando el tío Vernon ya me tenía sujetado del brazo arrastrándome al auto, refunfuñando cosas incoherentes a mis oídos mientras yo trataba de zafarme de su fuerte agarre. Aquello más tarde me dejaría una horrible marca, pero no peor que las del castigo que tendría una vez llegáramos al número cuatro de Privet Drive.

Mentalmente, ya me iba preparando para mi nuevo castigo. Las cosas iban perfectamente bien, pero claro, todo lo que me involucrara a mí o mi apellido terminaba en sufrimiento, o desgracia. Al menos eso era lo que recitaba tía Petunia siempre que algo salía mal: "Tu apellido está maldito, tú estás maldito"

La puerta del hogar fue abierta de un azote por mi tío, arrastrándome hasta la sala de estar, me lanzo contra un ladero de la chimenea. Mi columna golpeando contra esta provocó un sonido seco y fuerte de crujir, ganas de gritar no me faltaron, pero profesionalmente ahogué cualquier tipo de queja. Vernon no se demoró demasiado en acercarse a mí, y levantándome desde uno de mis hombros me obligo mantenerme en pie para consiguiente empezar con mi tortura.

Golpes dejaban mi cuerpo lleno de marcas pequeñas -que mañana serían del tamaño de una naranja- y dolorosas, hechas a puño, patadas o algún objeto que el tío encontrara cercano. Tía Petunia solía quedarse mirando sin más aquellas escenas, a veces con un semblante serio, otras con odio hacia mí, dirigiendo un brillo en sus ojos que me decía: "te lo mereces". Pero en este momento se encontraba en shock, paralizada detrás del sofá para tres personas mirando directamente a mis ojos; entonces pude notar por el reflejo de los suyos como un brillo muy grande e interesante aparecía en mis orbes verdes, como si se estuvieran comunicando con los de ella, pidiendo ayuda. Para luego perder todo rastro de brillo desvaneciéndose poco a poco. Fue ante esa misma imagen que sentí mi cuerpo caer en una oscuridad infinita y acogedora, pero antes de desvanecer completamente logre notar el pánico en la mirada de Petunia Dursley, junto a un grito.

"¡VERNON DETENTE!"

Y calma absoluta.


-°-


Una habitación completamente blanca iluminada por la luz lunar fue lo primero que vi al abrir mis ojos, segundos después tras haber logrado enfocar lo suficiente mi vista como para ver nítido -sin lentes-, todo se veía un toque sombrío: la luna iluminando la habitación vacía, esta fría por más calefacción que hubiera, el silencio dentro y fuera del lugar. Era realmente aterrador, y yo no soy de los que se asustan con facilidad ante la soledad o la oscuridad, como cualquier otro niño, por ejemplo, Dudley. No, en realidad ese tipo de ambiente era a lo que estaba acostumbrado dentro de mi habitación. Pero lo más tétrico de todo era la lechuza posada por fuera del marco de la ventana, con sus plumas castañas, siendo iluminadas por la luminosidad nocturna, con una carta color crema en su pico mientras me miraba fijamente.

¿Estaba soñando? ¿Por qué habría una lechuza a mitad de la noche con una carta en la venta de un hospital mirándome?

Entonces noté que el sobre que, escrito a tinta y con una muy elegante letra, tenía mi nombre junto a la dirección del lugar donde se encontraba el hogar Dursley.

—"Harry Potter. Surrey, Little Whinging —logré leer en la primera línea, e intenté divisar lo que decía en la siguiente, pero la oscuridad -a pesar de no ser mucha- no me permitía ver correctamente lo que decía, por lo que para seguir con mi lectura tuve que levantarme de la camilla lentamente y con algo de dificultad, esto obviamente por mis recientes hematomas además de un punzante dolor interno -nada que no pueda soportar-. Llegué frente la lechuza y pude seguir tranquilamente leyendo la dirección del sobre—. N.º 4 Privet Drive. La alacena bajo la escalera."

No podía creerlo. ¡Realmente era para mí! ¡Una carta! ¡Me habían enviado una carta! Esto era realmente emocionante; raro si tenemos en cuenta el horario y la forma de la entrega, pero emocionante después de todo.

No dudé ni un segundo más. Abrí la ventana y deje entrar a la hermosa lechuza, la cual se posó en la mesita que se encontraba junto a la camilla, dejando en esta misma el sobre crema. Me acerqué, tomé un pedazo de pan que estaba en una bandeja con más cosas como jalea, puré de papas, ensalada de lechuga, además de los cubiertos; y le di la porción tomada al ave. Esta la recogió de mi mano para volver a retomar su vuelo, desapareciendo a lo lejos en el cielo estrellado de aquella noche.

Volví a la camilla. Sentándome me quedo mirando la carta sobre la mesita, seguía pareciendo todo tan irreal que creí que era imposible que no fuera un sueño, así que, levantando un poco la manga de la bata de hospital que llegaba a mis codos, piñizqué la zona entre mi brazo y el antebrazo hasta que sentí un dolor punzante sacando así también un poco de sangre -nada que no pudiera soportar-. Entonces lo que estaba sucediendo era un sueño o una ilusión. En verdad me encontraba en el hospital por culpa del tío Vernon, realmente una lechuza estuvo posada en la ventana de mi habitación asignada, y más importante. Yo, Harry James Potter, había recibido una carta de una forma inusual.

Había recibido una carta, solo para mí. Nadie más, solo yo, Harry.

Agarré el sobre y lo volteé. En su parte superior se lograba ver un pequeño escudo en tinta, el cual contenía un león en su esquina izquierda junto a una serpiente en la derecha; justo debajo de estas dos había un tejón -o eso suponía- y un cuervo. Bastante bonito el diseño.

Al abrir el sobre para sacar la hoja de su interior comencé a sentirme un poco nervioso. ¿Qué pasaría si la carta solo fuera un papel en blanco? ¿Qué tal si todo fuera una mala broma? Realmente esperaba que no, porque si no sentiría que me iba a derrumbar.

Sacudí mi cabeza intentando alejar aquellos pensamientos de mi mente porque...

¿Quién llevaría una broma tan lejos como para enviar a una lechuza con un sobre? ¡Una lechuza!

Sostuve el papel entre mis dos manos y lo desdoblé para disponer a leerlo:

°

"Querido señor Potter:


Nos complace informarle que ha sido aceptado en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Le adjuntamos una lista con todos los libros y el equipo necesarios.

El curso comienza el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza no más tarde del 31 de julio.

Atentamente, Minerva McGonagall."

°

¿Escuela de Magia y Hechicería? Esto en verdad era una broma de mal gusto, de muy mal gusto. Fuera quien fuera me había hecho creer que me había llegado una carta a mí, Harry Potter. Él-anormal-niño-de-la-alacena. Y eso fue suficiente para hacerme sentir dolido hasta tal punto que quería llorar, pero tampoco iba a permitir que ninguna lágrima fuera derramada por ello; ya de por sí mi día había sido horrible. No cedería ante una broma de mal gusto para terminar de hacer este el peor día de mi vida. NO.

Devolví la carta a su sobre con cuidado y quede mirando a la oscuridad durante unos minutos. ¿Dolía? Sí. ¿Quería llorar? Sí, pero decidí que lo mejor era volver a dormir, convencerme a mí mismo que todo esto había sido un sueño muy a mi pesar, sobre todo teniendo en cuenta que una parte de mí me decía que aquello no era una broma. 

Me recosté sobre la camilla tapándome con las sabanas delgadas, pero suaves, del hospital. Quizás no todo salió tan mal ese día, ya que podría dormir cómodamente, tal vez, durante un tiempo. Además, tendría comida todos los días hasta que saliera de allí sin que nadie me prohibiera comer, tampoco tendría que limpiar una casa, no tenía por qué cocinar -aunque en realidad ya estaba bastante acostumbrado a esa rutina por lo que si llegaba a ver algo sucio o desordenado lo limpiaría-; y todo gracias a la paliza que el tío Vernon me dio durante esa misma tarde. Agradecí mentalmente, por primera vez, a mi tío por haberme dado tal castigo, que terminé en el hospital. Tal vez debería buscar una forma en que pudiera pasar más tiempo en el hospital que en Privet Drive, aunque eso significara tener que recibir casi a muerte palizas por parte de Vernon Dursley.

Fue con aquellas ideas y planes, intentando crear una forma de que funcionara sin la necesidad de terminar mandando a la policía sobre los Dursley, que caí a los brazos de Morfeo. Sonriendo ante mis planes a la vez que disfrutaba de mis privilegios temporales de comodidad al dormir.


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