TODO

 II

La enfermera que estaba a mi cargo entró esa mañana con una sonrisa en el rostro, era bastante bonita y se veía amable, así que le devolví la sonrisa como pude. Noté que llevaba un carrito sobre el que tenía unos frascos con pastillas, gasas, unas cremas -creo-, una jeringa con su aguja, un frasco el cual supongo que contenía el líquido que debía de inyectarme. Además de claramente, mi desayuno.

Llevaba ya una semana en el hospital y Rosie -el nombre de la enfermera- era bastante amable y linda conmigo, también nos llevábamos muy bien sinceramente. A ella le encantaba hablar y a mí escuchar sus historias. Una relación perfecta.

Más allá de la enfermera nada se encontraba fuera de lo normal, los gritos habituales del hospital al estilo: "¡Hay que hacerle RCP!" "No respira" "¡Llévenlo al quirófano!". Las visitas del doctor, el tener que tomar medicamentos o que me los inyecten, ir ciertas salas del hospital para los Rayos X y ver el avance de mis huesos fracturados -los cuales fueron dos costillas superiores izquierdas, tres derechas inferiores, la segunda, la tercera y de la sexta a la décima vertebra del área dorsal de mi columna (los doctores dicen que realmente fue un milagro que no quedara inválido o con daño de postura irreparable, ya que cuando llegue las vértebras ya se encontraban en proceso de curación, incluso nombraron la palabra prohibida por mi tía y tío; ellos dijeron: "Es tan extraño y curioso este comportamiento por parte del cuerpo humano que llega a parecer magia." Es muy chistoso ver como a mis tíos les da un escalofrío cada que oyen esa palabra); y dos dedos de mi mano derecha-. Todo lo normal de un hospital. Lo único que podría destacar de todo lo sucedido es que los Dursleys venían a visitarme desde que entre al hospital, siempre a la misma hora, y claro, por compromiso -sin contar lo sucedido mi primera noche con la lechuza-. Además de así evitar que los trabajadores del hospital descubran la verdadera razón por la que estoy en este estado. Los Tontorleys no son tan tontos como se ven.

Después de lo ocurrido con la lechuza la noche de mi internación al hospital, llegaron muchas más lechuzas a la ventana de mi habitación designada. TODAS con la misma estúpida carta. Al tercer día, y que más de diecisiete cartas llegaran a mis manos, me comencé, ha abstener de abrir la ventana, por lo que, poco a poco, las lechuzas comenzaron, ha amontonarse frente la ventana y ya en poco más de 48 horas había más de CUARENTA lechuzas del otro lado del vidrio. ¿Por qué alguien se tomaría la molestia de enviar cuarenta lechuzas a una habitación específica de hospital para hacer una broma? No alcanzaba a comprenderlo, pero no importa quien fuera, porque realmente era un maldito hijo de puta. Él o ella y su asquerosa broma. Y eso que no estoy contando las otras veinte que llegaron los siguientes días hasta hoy, acumulándose junto a las demás.

Los funcionarios del hospital no importaba cuentas veces las ahuyentaran, siempre regresan -con compañeras nuevas, por cierto- y por más que intentaran quitarles las cartas para saber el porqué se encontraban aquí, ninguna se lo permitía a nadie. A nadie que no fuera yo, Harry James Potter. La situación realmente ya era irritante y asombrosa, pero sobre todo MUY irritante.

-°-

Ya era la hora de la merienda y me encontraba disfrutando un puré de manzana con un poco de cacao dulce en polvo por encima -cortesía de Rosie-, junto a un bollo con mantequilla de maní y un vaso de leche mientras Rosie me contaba como fue que decidió convertirse en enfermera.


Resulta que cuando ella tenía diecisiete años uno de sus amigos de la infancia se vio afectado por un ataque cardio-respiratorio, y si no hubiera sido por la ahora enfermera que decidió aplicar RCP muy básico que había aprendido gracias a unas clases extras de Maniobras de Auxilio que su madre le dijo que no estaría mal tomar porque nunca se sabe cuando ese tipo de conocimiento te puede ayudar a salvar una vida. Obviamente, no logro despertarlo, pero si gracias a sus acciones el pulso de su amigo volvió levemente, y con solo eso fue suficiente para darle tiempo a la ambulancia y paramédicos de llegar, terminando el trabajo que ella había comenzado.


Su amigo sé salvo gracias a su rápido actuar, fue felicitada por parte de los doctores sobre su increíble reacción ante la situación, y fue entonces cuando se dio cuenta de que quería ser enfermera, más específicamente, enfermera de pacientes internados desde urgencias -pacientes como yo-. Pude notar entonces que Rosie realmente AMA su trabajo, lo cual sinceramente me conmovió muchísimo.

Terminé mi merienda y Rosie se retiró con la bandeja llena de loza sucia mientras se despedía cálidamente, prometiendo que volvería dentro de unas horas más -aproximadamente cuatro horas era lo que se demoraba en volver una vez salía de la habitación- junto a la cena y mis medicamentos de la noche. Entonces, cuando la puerta se cerró, mi mirada se dirigió rápidamente a la ventana plagada de lechuzas.


—No sé qué es lo quieren —encaré—, ni mucho menos quién las envían. Pero ya me tienen harto con todo esto —necesitaba saber qué sucedía, pero realmente no llegaba a comprender que tan buena sea la idea de preguntarles a unas lechuzas que solo saben mandar cartas, o, que tan loco me estaba viendo en ese momento si tuviera una persona observando lo que hacía. Preferí dejar de pensar en todo eso.


Desvié la mirada a la pequeña mesita de noche justo a mi izquierda sobre la cual descansaban las cartas ya abiertas que decidí aceptar y un libro de tamaño mediano, de encuadernado, dañado, sucio, con su color azul, ya totalmente apagado con el título de: "Los cuentos de Beddle el Bardo".


Según tía Petunia, el libro venía conmigo la noche que llegue a su puerta, que según la nota en la primera página de este, eran los cuentos que probablemente me contaba mi madre al ir a dormir.


Aquel libro ha estado conmigo desde que tengo memoria y no importa cuanto lo haya releído, es lo único que me queda de mis padres, por lo que cada vez que comienzo nuevamente a sumergirme en sus historias siento como si ellos estuvieran abrazándome y dándome calor.

Me dispongo a tomar entre mis manos el relato y empezar a releerlo mientras esperaba que mis tíos llegaran con una, ya de sus habituales, visitas cínicas. Tenía que matar el tiempo mientras eso se demorara en suceder.

-°-

Dos horas habían ya transcurrido desde que la enfermera salió de la habitación y yo ya había terminado de leer el libro dos veces, por lo que lo deje aún lado de mí mientras intentaba conciliar el sueño. Tal vez así, las dos horas que quedaban pasarían como parpadeo. O al menos eso creí ilusamente porque la puerta abriéndose me distrajo de mi propósito.


Ay, no, ¿Eran los Dursleys? ¿Por qué llegarían tan temprano?

—Por favor, señor Potter —oí la voz queda y profunda a mis espaldas que me provoco un escalofrío, no quise voltearme, la voz parecía hostil a pesar de ser tranquila—. No me compare con aquellas repugnantes personas que dicen ser sus familiares —siseó el hombre -probablemente, en realidad nunca se sabe; he conocido mujeres con voz grave- remarcando con cierto asco y odio las palabras repugnantes personas junto a familiares.

Me volteé para observar al hombre que había entrado a mi habitación sin permiso y cuando me di cuenta de que era alguien que no conocía me asuste un poco, sobre todo teniendo en cuenta su apariencia. De ojos tan negros y profundos como dos túneles, el cabello hasta los hombros, algo grasiento, separado como dos cortinas alrededor de su rostro; su piel pálida, opaca; y su altura. No podía evitar darme cuenta de que era realmente alto -quizás un metro ochenta y cinco-. Con una postura recta y elegante. Parecía alguien realmente aterrador con su físico y voz, pero no pude evitar quedarme cautivado ante su belleza, mirándolo directamente a los ojos. Él era bellísimo.

Junto a ese pensamiento, una leve sonrisa ladina apareció en sus labios de una forma orgullosa y un poco arrogante mientras que siseaba: "Gracias". ¿Las personas pueden sisear? ¿Por qué decía gracias?

—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? —cuestioné algo atontado por la hermosura oscura del hombre frente a mí— ¿Cómo sabes mi nombre?

—Severus Snape —respondió suavemente en un profundo siseó mientras que se acercaba lentamente al costado de la camilla—, ha asegurarme de que estés bien, creo que no hay nadie que no conozca tu nombre.

¿Nadie que no conozca mi nombre? ¿Acaso escuché bien?


—Sí, sí lo hizo señor Potter.


—Pero que- ¿Cómo supo...? —tartamudeé.


—Hay muchas cosas que usted no sabe, señor Potter, muchas que no sabe, incluso de usted mismo —gesticuló el señor Snape; estaba realmente atónito. Mi cerebro no alcanzaba a comprender que estaba pasando—. Yo estoy aquí para guiarlo en todas aquellas cosas que debe comprender lo más pronto posible. Yo seré quien lo ayude.

Guiarme… ¿A dónde?


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