TODO
II La enfermera que estaba a mi cargo entró esa mañana con una sonrisa en el rostro, era bastante bonita y se veía amable, así que le devolví la sonrisa como pude. Noté que llevaba un carrito sobre el que tenía unos frascos con pastillas, gasas, unas cremas -creo-, una jeringa con su aguja, un frasco el cual supongo que contenía el líquido que debía de inyectarme. Además de claramente, mi desayuno. Llevaba ya una semana en el hospital y Rosie -el nombre de la enfermera- era bastante amable y linda conmigo, también nos llevábamos muy bien sinceramente. A ella le encantaba hablar y a mí escuchar sus historias. Una relación perfecta. Más allá de la enfermera nada se encontraba fuera de lo normal, los gritos habituales del hospital al estilo: "¡Hay que hacerle RCP!" "No respira" "¡Llévenlo al quirófano!". Las visitas del doctor, el tener que tomar medicamentos o que me los inyecten, ir ciertas salas del hospital para los Rayos X y ver el avance de mis huesos ...